LA SOCIALIDAD CONTRA LO SOCIAL
Por lo
general, es in absentia que el intelectual aborda un sujeto de estudio, hace su
investigación y propone su diagnóstico. Por una parte, el pueblo se preocupa
sin sentir vergüenza, es decir, sin hipocresía ni prurito de legitimación, de
lo que es la materialidad de su vida, de todo lo cercano, podríamos decir,
contrariamente al ideal o al aplazamiento del goce. Por la otra, a que se
escapa del gran fantasma de la cifra, de la medida, del concepto, que desde
siempre ha caracterizado al procedimiento teórico. Se podrían multiplicar
indefinidamente las reflexiones de este tipo respecto a la masa; todas le
reprochan, de manera más o menos eufemística, su monstruosidad y el hecho de
que no se deja encerrar fácilmente en una definición. La Revolución francesa
introduce una transformación radical en la vida política, así como en el papel
que el intelectual debe desempeñar en ella. Recordemos el análisis de Nisbet y
su famosa fórmula: "La política se ha vuelto un modo de vida intelectual y
moral".En todo caso, es precisamente esto lo que subyace a todo el
pensamiento político y social de los siglos XIX y XX. Pero es también lo que
explica nuestra cuasi imposibilidad para comprender hoy todo lo que supera el
horizonte político. Para el protagonista de las ciencias sociales, el pueblo o
la masa es objeto y dominio reservados. Es esto lo que le da razón de ser y lo
justifica. Perspectiva metafórica, obviamente, que nos permite comprender cómo
el abandono de lo político corre a la par con el desarrollo de estos pequeños
"dioses parlantes" (P. Brown), causas y efectos de la multiplicación
de numerosas tribus contemporáneas. Precisemos igualmente, aunque sólo sea de
manera alusiva, que, si la tradición cristiana fue oficial y doctrinalmente
soteriológica e individualista, su práctica popular fue, al contrario,
convivial. En este sentido, la religión popular es claramente un conjunto
simbólico que permite y conforta el buen funcionamiento del vínculo social.
Bajo la forma de un divertimento, propondré una primera "ley"
sociológica: Los diversos modos de estructuraciones sociales no valen más que
en la medida y a condición de que permanezcan en adecuación con la base popular
que les ha servido de soporte.Esta ley es válida para la Iglesia como lo es
también para su forma profana, que es la política. "Una Iglesia no se sostiene
sin pueblo". (E. Renán). Como acabo de
señalarlo, junto con la religión y la comunidad se halla otra noción que merece
nuestra atención: la del pueblo. Este término se puede emplear sin intención
particular, como ocurre a menudo con la palabra "social" en su
sentido más simple, pero también se puede mostrar que su acepción puede evocar
un conjunto de prácticas y de representaciones alternativas respecto al orden
de lo político.
UN "FAMILIARISMO"NATURAL
Me parece que existe una relación estrecha, y algo perversa, entre el individuo y la política. En efecto, estas dos entidades son los polos esenciales de la modernidad. Ya lo he dicho antes: el principium individuationis es aquello mismo que determina toda la organización político-económica y tecno-estructural que se inaugura con el burguesismo. Durkheim, ciertamente uno de los grandes pensadores de este proceso, observa de manera perentoria que "el papel del Estado no tiene nada de negativo. Tiende a asegurar la más completa individuación que permite el estado social". El Estado, en cuanto expresión por excelencia del orden político, protege al individuo contra la comunidad. Es, pues, una falacia establecer un paralelismo entre el fin de lo político y el repliegue sobre el individuo, o lo que llamamos el retorno del narcisismo. Aunque dicho cambio no deja de ser inquietante en numerosos aspectos, ya no es posible negar su realidad. Durkheim atribuía a los grupos secundarlos el dinamismo que integraba a los individuos en el "torrente general de la vida en sociedad". Una imagen semejante viene bien a este propósito. Existe efervescencia en el vitalismo social y natural, sobre todo durante ciertos periodos que viven la desestabilización de sus valores y de sus convicciones. Y es bastante posible que los grupos secundarlos que forman una metástasis en el cuerpo social, significando por su presencia el fin de una modernidad civilizada, esbocen con pertinencia la forma societal que está naciendo.
UN "FAMILIARISMO"NATURAL
Me parece que existe una relación estrecha, y algo perversa, entre el individuo y la política. En efecto, estas dos entidades son los polos esenciales de la modernidad. Ya lo he dicho antes: el principium individuationis es aquello mismo que determina toda la organización político-económica y tecno-estructural que se inaugura con el burguesismo. Durkheim, ciertamente uno de los grandes pensadores de este proceso, observa de manera perentoria que "el papel del Estado no tiene nada de negativo. Tiende a asegurar la más completa individuación que permite el estado social". El Estado, en cuanto expresión por excelencia del orden político, protege al individuo contra la comunidad. Es, pues, una falacia establecer un paralelismo entre el fin de lo político y el repliegue sobre el individuo, o lo que llamamos el retorno del narcisismo. Aunque dicho cambio no deja de ser inquietante en numerosos aspectos, ya no es posible negar su realidad. Durkheim atribuía a los grupos secundarlos el dinamismo que integraba a los individuos en el "torrente general de la vida en sociedad". Una imagen semejante viene bien a este propósito. Existe efervescencia en el vitalismo social y natural, sobre todo durante ciertos periodos que viven la desestabilización de sus valores y de sus convicciones. Y es bastante posible que los grupos secundarlos que forman una metástasis en el cuerpo social, significando por su presencia el fin de una modernidad civilizada, esbocen con pertinencia la forma societal que está naciendo.
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