LA PERSPECTIVA DE GÉNERO Y LA
CRIMINOLOGÍA: UNA RELACIÓN
PROLÍFICA
Los Desvíos de las
Mujeres
Hasta la década de los setenta del siglo XX los estudios
sobre criminalidad se caracterizaban por su androcentrismo, es decir,
generalizaban a partir del modelo masculino. Las escasas investigaciones
realizadas durante el siglo XIX y la primera mitad del XX tendían a aplicar
teorías biológicas y psicológicas para explicar la criminalidad femenina y
resaltaban el hecho de que, en todos los lugares en los que se había estudiado
el tema, la participación de los hombres era ampliamente mayoritaria
(Andruccioli, 2002:29). De hecho, casi todos los estudios sobre delincuencia
femenina asumían que las conductas atípicas de las mujeres se debían a su
fisiología. Suponiendo que su pureza congénita las hacía más vulnerables a los
peligros del mundo y que su debilidad moral y social las hacía proclives a
conductas erradas (Zedner, 1991), por lo tanto debían ser tuteladas.
Paralelamente, la criminalidad femenina tendía a ser juzgada
con mayor dureza que la masculina porque se suponía que las mujeres que caían
en estas prácticas iban contra la naturaleza femenina. Boris Fausto llama la
atención sobre el carácter discriminatorio de las leyes, especialmente en lo
concerniente a crímenes sexuales. La infidelidad conyugal es un buen ejemplo de
la asimetría existente entre los sexos. En el código penal de 1890 en Brasil
(Art. 279) se condenaba a una pena de prisión de uno a tres años a la mujer que
cometiese adulterio. Entretanto, el marido solo sería castigado si tuviese una
concubina conocida y mantenida, (Andrucciolli, 2002.) En sentido contrario se
asumía que los varones tienen una tendencia natural al desvío y a la violencia
que justificaba, bajo la suposición de que la naturaleza masculina los empujaba
a transgredir los límites. No obstante, a pesar de que los puntos de vista
variaban mucho, la mayoría de los juristas, penalistas y científicos sociales
que tocaron el tema estaban de acuerdo en que las diferencias en conducta
criminal de mujeres y varones debían ser enfocadas desde el punto de vista
social, e iluminaban las causas de la delincuencia femenina en relación con los
mismos problemas que la de los varones: pobreza, malas condiciones de vida y
debilidad moral. Sin embargo, no debemos olvidar que era raro ocuparse de la
criminalidad femenina y la tendencia general de las investigaciones sobre
criminalidad era ignorar las especificidades de la conducta femenina y
generalizar a partir de la masculina.
Crimen y Patriarcado
Las juristas feministas proponen que es necesario llenar el
vacío de género, dar cuenta de las especificidades de la delincuencia femenina
y cuestionar la tendencia a sexualizar el desvío femenino y a asumir que éste
responde a raptos emocionales o a debilidades congénitas. Desde comienzos de
los años 70, la posición desigual de la mujer en la criminología, como víctima
o como autora de delitos, pasó a ser objeto de atención por parte de la
criminología.
En un primer momento, el concepto de patriarcado fue útil
para explicar la experiencia femenina en el sistema judicial y penal y para
entender la división de sexo dentro de la ley, los procesos criminales y la
vigilancia policial (Edwards, 1984.) El sistema legal, advirtieron las
feministas, forma parte de la estructura de dominación patriarcal debido a que
su organización jerárquica, su formato y su lenguaje están montados sobre el
modelo masculino. En consecuencia, algunas feministas sostenían que las mujeres
no podían usar el aparato legal para enfrentar la dominación masculina porque
su lenguaje y sus procedimientos estaban saturados de reglas y de creencias
patriarcales. Más aun, denunciaron que estos sistemas operan, tanto directa
como sutilmente, para excluir a las mujeres. Una posición más radical postulaba
que mujeres y hombres somos diferentes (para algunas esencialmente diferentes y
para otras culturalmente diferentes) y proponía que, en algunos campos, las
mujeres requerirán igualdad, y en otros, validar sus diferencias. Todos los
estudios conocidos muestran que, aunque existe una gran variedad de formas de
criminalidad femenina y masculina, se puede decir que, en general, las mujeres
cometen menos crímenes, sus crímenes son menos serios, menos profesionalizados
y tienden menos a la reincidencia. Por otro lado, la teoría feminista criticó
tempranamente el concepto de patriarcado y la idea de que existe una
subordinación que vincula a toda la población femenina porque supone que todas
las mujeres son iguales y tienen los mismos intereses. (Fraser y Nicholson,
1988). Por ello muchas militantes que pertenecen a etnias o razas dominadas
denunciaron que esta propuesta tendía a borrar la diversidad cultural a favor
de un modelo que universaliza la versión de las mujeres occidentales blancas de
clase media (Grewal y Kaplan, 1999). Esta crítica es particularmente relevante
para los estudios sobre criminalidad porque existe una estrecha relación entre
tipo y frecuencia de los crímenes y nivel de ingresos, nivel educativo y
adscripción étnico/racial.
Género y Crimen
Se pone en duda que existan conductas delictivas innatamente
femeninas o masculinas y se busca entender en qué medida tanto los patrones de
socialización como las demandas y las oportunidades abiertas a varones y
mujeres producen estilos de criminalidad diferentes para cada género. Asimismo,
la perspectiva de género hace evidente que hombres y mujeres tenemos roles
asignados según nuestro género y estos últimos suponen diferentes derechos y
obligaciones. Las relaciones de género son también relaciones de dominio y, por
lo general, los varones monopolizan las posiciones con mayor poder y prestigio.
Los primeros estudios sobre género y crimen sugieren que las mujeres están
sujetas a una serie de presiones y premios para aceptar las reglas mientras que
los hombres tienen mayores oportunidades de soslayarlas (Mawby, 1980 en
Andrucciolli, 2002.) Las mujeres están sometidas a mayores controles por parte
de sus parejas, padres y pares para mantenerse dentro de los patrones
convencionales. Asimismo, tienen mayor carga de ocupaciones y menos tiempo
libre. Si bien existe una relación estrecha entre género y crimen, eso no
significa que existan leyes que la expliquen. Por lo tanto sería aconsejable
aplicar el análisis de género a cada situación específica y analizar, de manera
situada, el rol que desempeña. A pesar de que no se ha podido cumplir con el
plan inicial -generalizar sobre la relación entre género y criminalidad-, los
estudios con perspectiva de género han abierto nuevos temas y contribuido
enormemente a comprender las conductas criminales de hombres y mujeres.
Las conductas delictivas de las mujeres
La mayoría de las investigaciones que aparecen desde la
década de los setenta buscaron romper con el estereotipo que presuponía que las
conductas criminales de las mujeres eran respuestas emocionales o correspondían
a su naturaleza (por ejemplo a disturbios debidos a la menstruación, el
puerperio o la menopausia). Según señalan, los delitos femeninos están
directamente relacionados con los papeles atribuidos a la mujer en la vida
social. De modo ostensible aparece más como víctima que como autora, vinculada
típicamente a la vida de familia, a los afectos, a las obsesiones de la honra y
a las relaciones sexuales prohibidas (Fausto en Andruccioli, 2002). La mujer no
aparece pues como sujeto sino como objeto, bien de agresiones o bien de disputa
entre varones. Con el fin de corregir estos sesgos, los estudios de género
intentan romper con la tendencia a situar a las mujeres como víctimas pasivas
para entender cuáles son sus estrategias particulares y sus formas de agencia.
Su objetivo es demostrar que las conductas delictivas de las mujeres son
racionales y siguen objetivos, y por tanto, es necesario interrogar a las
actoras y analizar su posición social. Ponen en evidencia las mujeres están
constreñidas por una doble determinación: la clase y el género.
Violencia familiar y sexual
Una de las grandes contribuciones del feminismo ha sido
llamar la atención sobre la violencia familiar y sexual. Gracias a su impulso,
el problema de la violencia doméstica ingresó al temario de los organismos
internacionales en el transcurso de la década del 803. Entre sus constataciones
más importantes se encuentra el hecho de que cuando se enfoca la violencia
doméstica y el abuso físico y sexual de niños, los hombres son los principales
perpetradores. Más aun, las tasas de denuncias son bastante menores que la
violencia real. Una proporción menor presentó su denuncia al juzgado, la defensoría
de la mujer el niño y el adolescente, la fiscalía, establecimientos de salud y
al ministerio de la mujer y el desarrollo social. Esto se debe tanto a la
actitud de las autoridades como a la de las víctimas. Estudios sucesivos
documentan que una de las formas de discriminación más común es que no se tiene
en cuenta las denuncias de las mujeres porque la violencia doméstica se
considera un tema privado. Por otro lado, los crímenes sexuales presentan tasas
de denuncia muy bajas a causa de la vergüenza y del temor de las mujeres a
enfrentar los procedimientos policiales. De hecho, la violencia contra la mujer
es tan generalizada que ya no se la percibe como tal sino como una de las
tantas incomodidades que las mujeres deben soportar.
Género y
Cultura Policial
La cultura policial ha sido a menudo el
blanco de las críticas de las investigaciones con enfoque de género. Según
denuncian, esta última está basada en valores machistas que privilegian la
agresividad, el sexismo y el racismo. Con respecto al asesinato de la esposa,
la defensa del «honor» en el asesinato de una esposa presuntamente infiel tuvo
éxito. El asesinato de esposos, en contraste, fue tratado con mucha mayor
severidad. En sentido contrario, se ha encontrado que las mujeres que cometen
crímenes son mal vistas, no sólo por el delito cometido sino por desviarse de
la norma femenina. A menudo son tratadas con mayor dureza porque no
corresponden al estereotipo de pureza y virtud esperado. A menudo los excesos
sexuales de las mujeres jóvenes son juzgados con rigor y las de los hombres
jóvenes con indulgencia. Las mujeres que caen en categorías marginales o
irregulares, como las activistas o las prostitutas, han denunciado
repetidamente que son objeto de tratos abusivos por parte de la policía. Otras
investigaciones, por el contrario, muestran que las mujeres se benefician de
los valores de la policía en la medida en que las consideran como débiles y
necesitadas de protección, y suelen representar este papel para obtener
ventajas (Morris, 1987:80-81). La cultura de género de los cuerpos policiales
ha sido también objeto de análisis y de crítica. En primer lugar, se argumenta
que los valores policiales ensalzan la virilidad, el arrojo y el dominio, todos
ellos asociados con el síndrome machista. Incluso se ha denunciado que con
frecuencia las mujeres policía sufren de discriminación y acoso sexual por
parte de sus colegas masculinos.
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