martes, 19 de febrero de 2013

RESUMEN - FULLER, NORMA


LA PERSPECTIVA DE GÉNERO Y LA
 CRIMINOLOGÍA: UNA RELACIÓN
PROLÍFICA
 
 
Los Desvíos de las Mujeres

Hasta la década de los setenta del siglo XX los estudios sobre criminalidad se caracterizaban por su androcentrismo, es decir, generalizaban a partir del modelo masculino. Las escasas investigaciones realizadas durante el siglo XIX y la primera mitad del XX tendían a aplicar teorías biológicas y psicológicas para explicar la criminalidad femenina y resaltaban el hecho de que, en todos los lugares en los que se había estudiado el tema, la participación de los hombres era ampliamente mayoritaria (Andruccioli, 2002:29). De hecho, casi todos los estudios sobre delincuencia femenina asumían que las conductas atípicas de las mujeres se debían a su fisiología. Suponiendo que su pureza congénita las hacía más vulnerables a los peligros del mundo y que su debilidad moral y social las hacía proclives a conductas erradas (Zedner, 1991), por lo tanto debían ser tuteladas.

Paralelamente, la criminalidad femenina tendía a ser juzgada con mayor dureza que la masculina porque se suponía que las mujeres que caían en estas prácticas iban contra la naturaleza femenina. Boris Fausto llama la atención sobre el carácter discriminatorio de las leyes, especialmente en lo concerniente a crímenes sexuales. La infidelidad conyugal es un buen ejemplo de la asimetría existente entre los sexos. En el código penal de 1890 en Brasil (Art. 279) se condenaba a una pena de prisión de uno a tres años a la mujer que cometiese adulterio. Entretanto, el marido solo sería castigado si tuviese una concubina conocida y mantenida, (Andrucciolli, 2002.) En sentido contrario se asumía que los varones tienen una tendencia natural al desvío y a la violencia que justificaba, bajo la suposición de que la naturaleza masculina los empujaba a transgredir los límites. No obstante, a pesar de que los puntos de vista variaban mucho, la mayoría de los juristas, penalistas y científicos sociales que tocaron el tema estaban de acuerdo en que las diferencias en conducta criminal de mujeres y varones debían ser enfocadas desde el punto de vista social, e iluminaban las causas de la delincuencia femenina en relación con los mismos problemas que la de los varones: pobreza, malas condiciones de vida y debilidad moral. Sin embargo, no debemos olvidar que era raro ocuparse de la criminalidad femenina y la tendencia general de las investigaciones sobre criminalidad era ignorar las especificidades de la conducta femenina y generalizar a partir de la masculina.

Crimen y Patriarcado

Las juristas feministas proponen que es necesario llenar el vacío de género, dar cuenta de las especificidades de la delincuencia femenina y cuestionar la tendencia a sexualizar el desvío femenino y a asumir que éste responde a raptos emocionales o a debilidades congénitas. Desde comienzos de los años 70, la posición desigual de la mujer en la criminología, como víctima o como autora de delitos, pasó a ser objeto de atención por parte de la criminología.

En un primer momento, el concepto de patriarcado fue útil para explicar la experiencia femenina en el sistema judicial y penal y para entender la división de sexo dentro de la ley, los procesos criminales y la vigilancia policial (Edwards, 1984.) El sistema legal, advirtieron las feministas, forma parte de la estructura de dominación patriarcal debido a que su organización jerárquica, su formato y su lenguaje están montados sobre el modelo masculino. En consecuencia, algunas feministas sostenían que las mujeres no podían usar el aparato legal para enfrentar la dominación masculina porque su lenguaje y sus procedimientos estaban saturados de reglas y de creencias patriarcales. Más aun, denunciaron que estos sistemas operan, tanto directa como sutilmente, para excluir a las mujeres. Una posición más radical postulaba que mujeres y hombres somos diferentes (para algunas esencialmente diferentes y para otras culturalmente diferentes) y proponía que, en algunos campos, las mujeres requerirán igualdad, y en otros, validar sus diferencias. Todos los estudios conocidos muestran que, aunque existe una gran variedad de formas de criminalidad femenina y masculina, se puede decir que, en general, las mujeres cometen menos crímenes, sus crímenes son menos serios, menos profesionalizados y tienden menos a la reincidencia. Por otro lado, la teoría feminista criticó tempranamente el concepto de patriarcado y la idea de que existe una subordinación que vincula a toda la población femenina porque supone que todas las mujeres son iguales y tienen los mismos intereses. (Fraser y Nicholson, 1988). Por ello muchas militantes que pertenecen a etnias o razas dominadas denunciaron que esta propuesta tendía a borrar la diversidad cultural a favor de un modelo que universaliza la versión de las mujeres occidentales blancas de clase media (Grewal y Kaplan, 1999). Esta crítica es particularmente relevante para los estudios sobre criminalidad porque existe una estrecha relación entre tipo y frecuencia de los crímenes y nivel de ingresos, nivel educativo y adscripción étnico/racial.

Género y Crimen

Se pone en duda que existan conductas delictivas innatamente femeninas o masculinas y se busca entender en qué medida tanto los patrones de socialización como las demandas y las oportunidades abiertas a varones y mujeres producen estilos de criminalidad diferentes para cada género. Asimismo, la perspectiva de género hace evidente que hombres y mujeres tenemos roles asignados según nuestro género y estos últimos suponen diferentes derechos y obligaciones. Las relaciones de género son también relaciones de dominio y, por lo general, los varones monopolizan las posiciones con mayor poder y prestigio. Los primeros estudios sobre género y crimen sugieren que las mujeres están sujetas a una serie de presiones y premios para aceptar las reglas mientras que los hombres tienen mayores oportunidades de soslayarlas (Mawby, 1980 en Andrucciolli, 2002.) Las mujeres están sometidas a mayores controles por parte de sus parejas, padres y pares para mantenerse dentro de los patrones convencionales. Asimismo, tienen mayor carga de ocupaciones y menos tiempo libre. Si bien existe una relación estrecha entre género y crimen, eso no significa que existan leyes que la expliquen. Por lo tanto sería aconsejable aplicar el análisis de género a cada situación específica y analizar, de manera situada, el rol que desempeña. A pesar de que no se ha podido cumplir con el plan inicial -generalizar sobre la relación entre género y criminalidad-, los estudios con perspectiva de género han abierto nuevos temas y contribuido enormemente a comprender las conductas criminales de hombres y mujeres.

Las conductas delictivas de las mujeres

La mayoría de las investigaciones que aparecen desde la década de los setenta buscaron romper con el estereotipo que presuponía que las conductas criminales de las mujeres eran respuestas emocionales o correspondían a su naturaleza (por ejemplo a disturbios debidos a la menstruación, el puerperio o la menopausia). Según señalan, los delitos femeninos están directamente relacionados con los papeles atribuidos a la mujer en la vida social. De modo ostensible aparece más como víctima que como autora, vinculada típicamente a la vida de familia, a los afectos, a las obsesiones de la honra y a las relaciones sexuales prohibidas (Fausto en Andruccioli, 2002). La mujer no aparece pues como sujeto sino como objeto, bien de agresiones o bien de disputa entre varones. Con el fin de corregir estos sesgos, los estudios de género intentan romper con la tendencia a situar a las mujeres como víctimas pasivas para entender cuáles son sus estrategias particulares y sus formas de agencia. Su objetivo es demostrar que las conductas delictivas de las mujeres son racionales y siguen objetivos, y por tanto, es necesario interrogar a las actoras y analizar su posición social. Ponen en evidencia las mujeres están constreñidas por una doble determinación: la clase y el género.

Violencia familiar y sexual

Una de las grandes contribuciones del feminismo ha sido llamar la atención sobre la violencia familiar y sexual. Gracias a su impulso, el problema de la violencia doméstica ingresó al temario de los organismos internacionales en el transcurso de la década del 803. Entre sus constataciones más importantes se encuentra el hecho de que cuando se enfoca la violencia doméstica y el abuso físico y sexual de niños, los hombres son los principales perpetradores. Más aun, las tasas de denuncias son bastante menores que la violencia real. Una proporción menor presentó su denuncia al juzgado, la defensoría de la mujer el niño y el adolescente, la fiscalía, establecimientos de salud y al ministerio de la mujer y el desarrollo social. Esto se debe tanto a la actitud de las autoridades como a la de las víctimas. Estudios sucesivos documentan que una de las formas de discriminación más común es que no se tiene en cuenta las denuncias de las mujeres porque la violencia doméstica se considera un tema privado. Por otro lado, los crímenes sexuales presentan tasas de denuncia muy bajas a causa de la vergüenza y del temor de las mujeres a enfrentar los procedimientos policiales. De hecho, la violencia contra la mujer es tan generalizada que ya no se la percibe como tal sino como una de las tantas incomodidades que las mujeres deben soportar.

Género y Cultura Policial

La cultura policial ha sido a menudo el blanco de las críticas de las investigaciones con enfoque de género. Según denuncian, esta última está basada en valores machistas que privilegian la agresividad, el sexismo y el racismo. Con respecto al asesinato de la esposa, la defensa del «honor» en el asesinato de una esposa presuntamente infiel tuvo éxito. El asesinato de esposos, en contraste, fue tratado con mucha mayor severidad. En sentido contrario, se ha encontrado que las mujeres que cometen crímenes son mal vistas, no sólo por el delito cometido sino por desviarse de la norma femenina. A menudo son tratadas con mayor dureza porque no corresponden al estereotipo de pureza y virtud esperado. A menudo los excesos sexuales de las mujeres jóvenes son juzgados con rigor y las de los hombres jóvenes con indulgencia. Las mujeres que caen en categorías marginales o irregulares, como las activistas o las prostitutas, han denunciado repetidamente que son objeto de tratos abusivos por parte de la policía. Otras investigaciones, por el contrario, muestran que las mujeres se benefician de los valores de la policía en la medida en que las consideran como débiles y necesitadas de protección, y suelen representar este papel para obtener ventajas (Morris, 1987:80-81). La cultura de género de los cuerpos policiales ha sido también objeto de análisis y de crítica. En primer lugar, se argumenta que los valores policiales ensalzan la virilidad, el arrojo y el dominio, todos ellos asociados con el síndrome machista. Incluso se ha denunciado que con frecuencia las mujeres policía sufren de discriminación y acoso sexual por parte de sus colegas masculinos.

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